Sunday, July 30, 2006

Al mediodía siempre trato de hacerme un momento y parar en el bar de Horacio, a la vuelta de la oficina. No es gran cosa, viste, pero ahí me conocen. Entro y Horacio en persona me dice qué hacés Julio, ¿todo bien?, y me siento en la barra.
Generalmente me pido un tostado. No me alimenta mucho y suelo quedarme con hambre, pero lo preparan tan bien que vale la pena. Además es lo único que hay para comer. Después me tomo un café.
En la tele a veces pasan algún partido, casi siempre repetido, porque al mediodía no se juega nada, a menos que sea de otro país. Y si no, está puesto Crónica, que siempre está en vivo con alguna noticia sin importancia, aunque a veces no.
A menudo coincido en el lugar con Daniel, un tipo que labura cerca de mi oficina, que parece tener la misma costumbre que yo. Siempre que nos encontramos nos quedamos conversando hasta la hora de volver al trabajo.
Una vez, hace ya dos meses, una mujer entró a tomar un café. Todos la miramos, porque una mujer es algo raro en un lugar así, pero ella ni enterada. Se sentó y pidió un café cortado. Le puso edulcorante. Y después sacó unos papeles y los miró todo el rato.
Pero en un momento levantó la vista y me cachó mirándola. Y me sonrió. Fue un segundo, o menos, pero me alcanzó.
Desde ese día que vengo con la esperanza de volver a verla. Y aunque quizás no vuelva a verla en la vida, el simple hecho de pensar que quizás la vea otra vez allí, me da una especie de esperanza, de esa clase que me permite enfrentar cada día las cosas que tengo que enfrentar.

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