Sunday, July 30, 2006

La puerta de salida se cerró con un ruido diferente. Quizás porque sabía que era la última vez que se iba a cerrar. Quizás porque tenía todos mis sentidos puestos en percibir esa sensación, la de cerrar una puerta definitivamente. Un segundo después volví a mirarla, de madera, un poco gastada abajo, creo que por el perro del vecino, que a veces venía a pedir comida. La miré completa, la guardé para siempre en mi memoria y después giré sobre mis pies y la olvidé para siempre. Salí caminando lentamente, como quien huye de un enemigo demasiado peligroso. Dando cada paso pensativamente, descubriendo lo placentero que puede llegar a ser despedirse para siempre. Lo placentero que hay en ciertos dolores, en ciertas cosas que nunca podrían ser placenteras.
El aire caliente del verano que aún no comenzaba me golpeaba el rostro como anuncio de los días caldera por venir. El cielo estaba particularmente azul, como si de pronto se hubiera puesto de un azul inesperado. Es cierto que nunca lo había mirado así, con esos ojos, con esa historia. Pero igual. El cielo estaba azul, apenas blanco en algunos sectores olvidados, pero casi todo azul. Las copas grises de los edificios grises apenas empañaban mi visión del azul extraño de esa tarde a las dos, cuando caminaba por primera vez hacia donde ya había caminado infinidad de veces.

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