Sunday, July 30, 2006

La primera vez que me encontré frente a frente con la muerte fue en un bar. Una noche de diciembre, de mucho calor. Estaba solo, tomando café, escribiendo estupideces en un papel arrugado. Ella estaba unas mesas más allá. Tenía la mirada perdida, como si pensara en cosas perdidas para siempre. Recuerdo que pensé en lo terrible de la profesión que ejercía. Me pregunté si alguna vez había sido humana, o había sido creada para cumplir la función que tan bien desempeñaba. La miraba sin ser visto, pero es sabido que no se puede engañar a la muerte. En seguida me di cuenta de que sabía que la estaba mirando, y que sabía quien era. Levantó su copa en ademán de brindar, y no tuve más remedio que imitarla. El brazo me temblaba un poco.

El mozo pasaba cerca unos momentos después de ese primer contacto visual y lo frené para preguntarle por aquella persona. Él me miró intrigado, miró hacia donde yo le señalaba y volvió a mirarme. Rió apenas y se alejó rápidamente. Entonces noté que nadie la miraba, nadie había notado su presencia. Quizás, pensé, sólo es visible para mí, quizás, pensé nuevamente con un poco de pánico, viene a buscarme.

Lo extraño era que no llevaba el clásico atuendo negro, ni parecía tener en ningún lado la guadaña. Lo esencial estaba en sus ojos. Su mirada decía todo lo que su aspecto disimulaba. Durante varios minutos no volvimos a cruzar miradas, ella simplemente tomaba de su vaso, yo del mío, y el tiempo transcurría sin mayores inconvenientes. Entonces me paré y me acerqué a su mesa. Hice un gesto y ella hizo otro gesto y me senté.

Estando tan cerca, su mirada era mucho más fuerte, más pesada. Sus manos, contrariamente a lo que hubiera imaginado, eran hermosas. Tan cuidadas como las manos de una persona que jamás en su vida ha hecho nada con ellas. Como si hubieran sido creadas allí mismo, en el instante en que las miré. No dijo una palabra en las casi dos horas que estuve allí sentado. Y yo respeté su silencio omitiendo comentarios. Simplemente me miraba. No sonreía pero tampoco estaba seria. Tenía una cara que no demostraba ningún tipo de ánimo.

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