Sunday, July 30, 2006

Escribo sin pensar, escribo para llenar de palabras la pantalla, para descargar estas cosas que no conozco, que aparecerán mientras escribo, ahora, en algún momento.
Escribo porque es la única manera que tengo de expresarme, porque las palabras me hierven en la sangre. Quizás no tengo nada para decir, quizás no tengo siquiera esto para decir, pero lo digo, lo pongo en letras para darme cuenta de una vez que no tengo nada para decir. Pero para eso, tengo que decir, aunque sea decir esto, que no hay nada, que las palabras que tengo son demasiado simples, o demasiado complicadas, y que no hay manera de que pueda expresar ni una décima parte de lo que quiero expresar.

Las palabras son así, hijas de puta. Vienen, se me meten en los dedos, en los ojos, en el cerebro, y ahí se quedan. No tengo manera de sacar todo lo que tengo. Me siento lleno de palabras y a la vez, cuando llega la hora de la verdad, de sentarme frente a la hoja, o la pantalla, mis manos se mueven de aquí para allá, pero lo que aparece en la hoja / pantalla es esto, nada, palabras que explican el porque de la inexistencia de palabras, palabras que describen el vacío, si es que ese absurdo es posible.

Lo que no sé es si es verdad, si realmente estoy vacío, o es que mi cerebro me juega estas feas bromas. Cuando camino por la calle se me ocurren frases brillantes, construcciones gramaticales admirables, cuando estoy en la cama, por la noche, también, cuando me estoy bañando, siempre en lugares en los que no puedo tomar nota, siempre lejos de la hoja, lejos de la pantalla. Y cuando me siento acá, preparado para pasar lo que mi mente ha elaborado durante esos lapsos de creación, me pasa esto, esto que ya expliqué hasta el hartazgo. Es decir, el vacío. La nada.

Y me molesta, porque quiero escribir, quiero tener algo para decir, quiero ser escritor, quiero construir con palabras algo bello, o descabelladamente horroroso, para llamar la atención de alguien, para que uno o dos digan “epa, ahí hay algo”. No sé. Quizás soy un iluso, un no-escritor, un ser humano como todos los seres humanos, que tendrá que trabajar toda su vida, hasta jubilarse y después intentar vivir. Me aterroriza ese posible destino. Huyo de él como de un mal sueño, como de una pesadilla.

Y me acecha. Me acecha cada día en las caras de toda la gente que me cruzo, me acecha en los rostros vacíos de quienes adhieren a la trampa. Los veo así, con sus trajes, sus corbatas, sus vestiditos de secretarias ejecutivas, sus portafolios llenos de mentiras, su soledad infinita a las 6 de la tarde cuando están absurdamente solos, rodeados de un millón de personas en la misma situación, en la misma desesperación callada.

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